Irrumpió en el fisicoculturismo con un perfil polémico, reveló el lado más oscuro del deporte y murió repentinamente a los 47 años

0
4

Nasser El Sonbaty, apodado El mago de la verdad, quedó en la historia del fisicoculturismo no solo por sus logros competitivos y físicos fuera de lo común, sino también por su enfoque intelectual y su valentía para denunciar públicamente los vicios y la corrupción imperante en la disciplina por aquel entonces. Nacido en Stuttgart, Alemania, hijo de padre egipcio y madre serbia, El Sonbaty encarnó desde temprano la fusión entre el rigor académico y la búsqueda de la perfección física.

“Deporte más educación, siempre supe que era la mejor combinación posible”, aseguraba en distintas entrevistas como en la brindó a Bodybuilding.com. Y esa convicción de que el conocimiento debía acompañar al desarrollo corporal marcó su carrera en un entorno donde, según sus palabras, pocos entendían el valor de la formación intelectual.

El Sonbaty pesaba más de 130 kilos y medía 1 metro 80, con una presencia imponente en los escenarios de competencias internacionales. Debutó en el fisicoculturismo siendo aún adolescente, en 1983, pero nunca dejó de lado sus estudios universitarios. En 1992 se licenció en Historia, Ciencias Políticas y Sociología, y dominaba siete idiomas: serbio, inglés, árabe, francés, italiano, español y alemán.

El camino en la élite del fisicoculturismo fue largo y exigente. Participó en 53 concursos durante 22 años de carrera profesional, sumando seis victorias y clasificando en los primeros tres lugares en 33 ocasiones. Su debut en la máxima categoría, el Mr. Olympia, se produjo en 1994. Allí obtuvo un séptimo puesto, pero rápidamente se consolidó como un candidato serio a conquistar ese título.

Nasser El Sonbaty no solo competía, también tenía una sólida formación intelectual

El Sonbaty defendía abiertamente la idea de que la excelencia física debía ir acompañada de la excelencia intelectual. El deportista solía subir al escenario con sus distintivas gafas de montura metálica, símbolo de su perfil atípico en un ambiente donde predominaba el culto al cuerpo sobre la mente.

En 1995, El Sonbaty vivió una temporada especialmente fructífera y llegó al Mr. Olympia con un físico que muchos calificaron de impecable, perfilando esa edición como su gran oportunidad para destronar al histórico Dorian Yates. Sin embargo, los jueces solo le concedieron el tercer puesto. La decepción fue aún mayor al año siguiente: aunque repitió esa posición, fue luego descalificado por dar positivo en una prueba de diuréticos, sustancias utilizadas para eliminar líquidos y aumentar la definición muscular.

“La injusticia en el juzgamiento me resultó evidente a partir de ese momento”, relató El Sonbaty. En 1997 volvió a estar a punto de ganar pero terminó segundo, situación que detonó su enojo con el funcionamiento interno del deporte: “Me ha ganado un hombre con un vientre de una embarazada de seis meses. Ha sido el mayor atraco del siglo XX. No tengo ninguna duda sobre lo que sucede en este deporte”. La crítica no solo apuntaba a criterios técnicos, sino a la manipulación y el favoritismo en los fallos de los jueces.

“Hubo múltiples razones por las que no gané. Algunos jueces no querían decepcionar a su amigo Dorian Yates. Otros no querían que ganase alguien que no fuera de los Estados Unidos”, denunció. El Sonbaty sostenía que la International Federation of Bodybuilding and Fitness (IFBB) actuaba con parcialidad y que los jurados eran elegidos a dedo, con ganadores ya definidos antes de cada competencia.

Nunca pudo ganar el Mr Olympia

Lejos de guardar silencio, El Sonbaty decidió dar a conocer los rincones oscuros de la disciplina. “Nunca quise ser culturista. No quería estar demasiado musculado ni lleno de venas, hasta que un día me preguntaron si había competido alguna vez, eso despertó el fisicoculturista que llevaba adentro”, contó en una entrevista al periodista especializado David Robson en 2009. Sin embargo, nunca dejó de sentirse ajeno a un mundo que, según él, favorecía la falta de pensamiento crítico. “Para ellos, yo era demasiado educado e inteligente y eso resultaba muy peligroso. Querían culturistas alienados, que no pensaran por sí mismos”, afirmó.

En esa misma línea, El Sonbaty contó que los responsables del fisicoculturismo exigían a los atletas llegar a estados extremos de salud, poniendo en riesgo sus vidas: “Los mandamases de este deporte exigían a los atletas ponerse en una condición cercana a la muerte. En el culturismo hay una gran cantidad de atletas adictos a las drogas. Lo más triste de este negocio es que el 95% de los culturistas profesionales tienen que vender drogas, prostituirse, trabajar de seguridad o hacer porno para subsistir. Es un deporte gobernado por hipócritas que solo miran su beneficio”.

El Sonbaty fue explícito sobre el consumo generalizado de sustancias: “Que yo sepa, el 95% de todos los atletas en el culturismo profesional han utilizado Synthol de una manera u otra, pero si usted tiene todas las drogas de este planeta, y le falta la genética, la nutrición, el sistema de entrenamiento y la intensidad, usted no puede conseguir resultados”.

Pese a admitir que consumía diuréticos, anabólicos e insulina, además de synthol —un aceite usado para lograr simetría muscular—, subrayó el rol fundamental del origen biológico: “Aunque utilices todos los medicamentos del mundo, si no posees una buena genética, olvídate. En el culturismo la genética es clave”.

Sobre los riesgos y muertes prematuras, El Sonbaty no ahorró advertencias: “Dennis Jets estuvo a punto de morir por una dosis equivocada de insulina, Mustafa Mohammad por un exceso de diuréticos. Se necesita ser fuerte como un caballo para tomar ‘megadosis’ durante años y no enfermar”.

La historia del fisicoculturismo está marcada por la alta exposición y la temprana desaparición de varios referentes, sobre todo en las décadas de 1970, 1980 y 1990, el período de mayor auge y también desigualdad en el deporte. Andreas Munzer, Greg Plitt, Chad Brothers, Aziz “Zyzz” Shavershian, Anthony D’Arezzo y Steve Michalik fueron algunos de los nombres asociados a muertes tempranas y a la cultura del doping.

En 2003 padeció de lipomas en los biceps, una lesión que lo dejó varios meses en cama.

El Sonbaty sostenía que la IFBB y los organizadores no querían miembros inteligentes, ni campeones extranjeros en el podio: “No querían darle a otro tipo no estadounidense el título más prestigioso de todos, porque subrayaría la inferioridad de los Estados Unidos”, sentenciaba. Esta visión diferenciada y marginalizada dentro del ambiente se sumaba a su frustración por no haber alcanzado una victoria en el Mr. Olympia, a pesar de haberlo merecido según su propia mirada y la de múltiples seguidores.

El paso del tiempo y el abandono definitivo del fisicoculturismo en 2005 no aliviarían su situación física. El Sonbaty pagó las consecuencias del uso prolongado de sustancias, y en 2013 sufrió una insuficiencia cardíaca congestiva y un fallo renal a los 47 años, en El Cairo, Egipto. En el entorno del fisicoculturismo, la noticia de su muerte sacudió a competidores y seguidores. No ocurrió lo mismo, según distintas fuentes y declaraciones, con los jerarcas de la IFBB, quienes nunca se mostraron afligidos.

La figura de Nasser El Sonbaty quedó asociada a la defensa de la combinación entre educación superior y deporte, lema personal que sostuvo hasta el último momento: “Mi padre, que es ingeniero y trabajó para Mercedes Benz, siempre me enseñó, desde que era niño, que tenía que completar mi educación superior para tener un título, pero sobre todo, para disfrutar de una formación y no tener que vivir a las órdenes de nadie”.

El Sonbaty, el “eterno segundón” que abrazó el lema del ‘mens sana in corpore sano’, expuso abiertamente un submundo que otros nunca se atrevieron a señalar. Sus denuncias sobre manipulación, favoritismo y adicción siguen resonando en el presente, como advertencia y memoria de una época en la que el fisicoculturismo alcanzó sus máximas luces y sombras.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí